Sexto de los siete hijos del matrimonio de Rodrigo de
Cervantes Saavedra y Leonor de Cortinas, Miguel de Cervantes Saavedra
nació en Alcalá (dinámica sede de la segunda universidad española,
fundada en 1508 por el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros) entre el
29 de septiembre (día de San Miguel) y el 9 de octubre de 1547, fecha en
que fue bautizado en la parroquia de Santa María la Mayor.
A los diecisiete años Miguel era un adolescente tímido y
tartamudo, que asistía a clase al colegio de los jesuitas y se distraía
como asiduo espectador de las representaciones del popular Lope de
Rueda, como recordaría luego, en 1615, en el prólogo a la edición de sus
propias comedias: «Me acordaba de haber visto representar al gran Lope
de Rueda, varón insigne en la representación y del entendimiento».
Cervantes salió
de España ese mismo huyendo de una sanción, pero lo cierto es que
en diciembre de 1569 se encontraba en los dominios españoles en Italia,
provisto de un certificado de cristiano viejo (sin ascendientes judíos o
moros) y meses después era soldado en la compañía de Diego de Urbina.
Pero la gran expectativa bélica estaba puesta en la
campaña contra el turco, en que el Imperio español cifraba su
continuidad en el dominio y hegemonía en el Mediterráneo. Vencieron a los turcos en la batalla de
Lepanto. Fue la gloria inmediata, una gloria que marcó a Cervantes quien
relataría luego, en la primera parte del Quijote, las circunstancias de
la lucha. En su transcurso recibió el escritor tres heridas, una de las
cuales, si se acepta esta hipótesis, inutilizó para siempre su mano
izquierda y le valió el apelativo de «el manco de Lepanto» como timbre
de gloria.
Es posible que pasara por
Génova a las órdenes de Lope de Figueroa, puesto que la ciudad ligur
aparece descrita en El licenciado Vidriera, y finalmente se
dirigiera a Roma, donde frecuentó la casa del cardenal Aquaviva (a quien
dedicaría La Galatea), conocido suyo, tal vez desde Madrid, y
por cuya cuenta habría cumplido algunas misiones y encargos.
Fue la
época en que Cervantes se propuso conseguir una situación social y
económica más elevada dentro de la milicia, con el cargo de alférez o
capitán, para lo cual obtuvo dos cartas de recomendación ante Felipe II,
firmadas por Juan de Austria y por el virrey de Nápoles, en las que se
certificaba su valiente actuación en la batalla de Lepanto.
Después de un lustro de cautiverio,
Cervantes llegó a Denia y volvió a Madrid. Tenía treinta y tres años y
había pasado los últimos diez entre la guerra y la prisión; su familia,
empobrecida y endeudada con el Consejo de las Cruzadas, reflejaba, en
parte, la profunda crisis general del imperio, que se agravaría luego de
la derrota de la Armada Invencible en 1587.
Al retornar, Cervantes
renunció a la carrera militar, se entusiasmó con las perspectivas de
prosperidad de los funcionarios de Indias, trató de obtener un puesto en
América y fracasó. Mientras, fruto de sus relaciones clandestinas con
una joven casada, Ana de Villafranca (o Ana de Rojas), nació una hija,
Isabel, criada por su madre y por el que aparecía como su padre
putativo, Alonso Rodríguez.
A los treinta y siete
años Cervantes se casó. Su novia, Catalina de Salazar y Palacios, era de
una familia de Esquivías, pueblo campesino de La Mancha. Tenía sólo
dieciocho años, no obstante, no parece haber sido una unión signada por
el amor. Meses antes, el escritor había acabado su primera obra
importante, La Galatea, una novela pastoril al estilo puesto en
boga por la Arcadia de Sannazaro cincuenta años atrás. El editor Blas de
Robles le pagó 1.336 reales por el manuscrito. Esta cifra nada
despreciable y la buena acogida y el relativo éxito del libro animaron a
Cervantes a dedicarse a escribir comedias; aunque sabía que mal podía
competir él, todavía respetuoso de las normas clásicas, con el nuevo
modo de Lope de Vega, dueño absoluto de la escena española. Las dos
primeras (La comedia de la confusión y Tratado de
Constantinopla y muerte de Selim, escritas hacia 1585 y
desaparecidas ambas) obtuvieron relativo éxito en sus representaciones,
pero Cervantes fue vencido por el vendaval lopesco y, a pesar de las
veinte o treinta obras (de las que sólo conocemos nueve títulos y dos
textos, Los tratos de Argel y Numancia), alrededor de 1600
había dejado de escribir comedias, actividad que retomaría al fin de
sus días.
Nombrado recaudador de impuestos, quebró el
banquero a quien había entregado importantes sumas y Cervantes dio con
sus huesos en la prisión, esta vez en la de Sevilla, donde permaneció
cinco meses. En esta época de extrema carencia comenzó probablemente la
redacción del Quijote. Entre 1604 y 1606, la familia de Cervantes, su
esposa, sus hermanas de tan dudosa reputación y su aguerrida hija
natural, así como sus sobrinas, siguieron a la corte a Valladolid, hasta
que el rey Felipe III ordenó el retorno a Madrid.
Pero
en 1605, a principios de año, apareció en Madrid El ingenioso
hidalgo don Quijote de La Mancha. Su autor era por entonces hombre
enjuto, delgado, de cincuenta y ocho años, tolerante con su turbulenta
familia, poco hábil para ganar dinero, pusilánime en tiempos de paz y
decidido en los de guerra. La fama fue inmediata, pero los efectos
económicos apenas se hicieron notar. Cuando, en junio de 1605, toda la
familia Cervantes, con el escritor a la cabeza, fue a la cárcel por unas
horas a causa de un turbio asunto que sólo tangencialmente les tocaba
(la muerte de un caballero asistido por las mujeres de la familia,
ocurrida tras ser herido aquél a las puertas de la casa), don Quijote y
Sancho ya pertenecían al acervo popular.
Las fuentes del
arte de Cervantes como novelista son complejas: por un lado, don Quijote
y Sancho son parodia de los caballeros andantes y sus escuderos; por
otro, en ellos mismos se exalta la fidelidad al honor y a la lucha por
los débiles. En el Quijote confluyen, pues, realismo y fantasía,
meditación y reflexión sobre la literatura: los personajes discuten
sobre su propia entidad de personajes mientras las fronteras entre
delirio y razón y entre ficción y realidad se borran una y otra vez.
Pero el derrotero de Cervantes, que acompañó tanto las glorias
imperiales de Lepanto como las derrotas de la Invencible ante las costas
de Inglaterra, sólo conoció los sinsabores de la pobreza y las zozobras
ante el poder. Al revés que su personaje, él no pudo escapar nunca de
su destino de hidalgo, soldado y pobre.
EJERCICIO
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CERVANTES
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